PEBELTOR
MADRID, 1976
Desde que empezó a escribir aprendió a pedir y a obtener, a desear y a tomar; a decidir sin que las contradicciones le fueran ecos infinitos en ese repente del silencio del absoluto. Lo que oye encaja en las respiraciones y serenidades, extrañas, de todos, y lo plasma sin vaticinios.
Sabiendo que la importancia de la pobreza no preocupa a los políticos, quizás la hipnótica vorágine del tráfico, si acaso, o que las mujeres tienen una sensibilidad especial para tratar con los animales, niños también, maneja el auge, el fulgor y la muerte recopilando historias verídicas para contarlas con pulso narrativo.
Pero le encantan las paredes de piedra vieja, lo azul de un estanque inacabado, colocar los relojes a diferentes horas, y el resonar de la lluvia o los vientos acariciando los follajes. Camina en su sordera, siempre en edad de crecimiento.