Giuliana Ippoliti
Venezuela, 1986
Cuando era pequeña creía que El Ávila era un dinosaurio, que al morir, se había convertido en montaña. Le admiraba por ser gigante, por estar en calma, por la forma en la que la luz del sol iluminaba sus árboles y senderos.
Siempre fui así de romántica. Veo historias por donde quiera que voy: en las manos tomadas de dos ancianos, en el niño que juega a explotar burbujas de jabón en una plaza, en la niña que viste una camiseta de Messi, en los que juegan en las fuentes durante el verano.
Siendo nieta de emigrantes italianos, el éxodo es algo que llevo en la sangre, y ahora los hijos de mis hijos serán también nietos de una emigrante. De ahí, la importancia de narrar la cultura, los paisajes y sentimientos. Porque la memoria colectiva es poderosa.
Licenciada en Relaciones Internacionales con una Maestría en Periodismo, me dedicaba a escribir artículos de opinión sobre el vaivén de la política internacional, hasta que descubrí que disfruto más escribiendo sobre pulgas que tienen sueños y perros que pueden hablar.